Artículo publicado en kiaenzona.com, el 06 de noviembre de 2014.

De nuevo gracias Andrés Monje, y a todos por la acogida de la trilogía, un guiño a los que estos días estáis realizando el CES’2015 continuamos:

 

En la primera parte de la trilogía se sugirió el horizonte de la figura del base, trasladado a un contexto donde las necesidades colectivas, en constante evolución, requieren diferentes roles de distintos perfiles. Donde no existe pauta única para una muestra irregular.

Es por ello –y de ahí nace el mensaje- que el juego camina hacia un orden en el que el peso de la posición, entendida como concepto clásico e inmóvil, tiende a cero. Porque lo realmente a considerar pasa a ser la acción en pista. No un término cerrado sino la función y proyección del mismo, en cada caso particular. Al final esa apertura, ese infinito abanico que demuestra que cada jugador no se encuentra atado a un concepto sino que incluso dentro de un papel mantiene su esencia es lo que hace al juego no sólo único ni bello. Sino totalmente irresistible.

Si el papel del base centró el análisis en la pieza que abrió el serial, ésta segunda se adentra en cómo la figura del alero se adapta, y así continuará haciendo, a un juego que no deja de evolucionar. Para aproximarse a ello tomaré una licencia, me permitiréis. Un matiz que entiende por ‘alero’ a todo aquel perfil de perímetro no englobable a la idea de ‘uno’.

¿Por qué esto? Básicamente por un motivo. Los diferentes roles del alero han pasado a ser vertebrales para un juego que plantea un futuro en el que su explosión constituirá buena parte de un quinteto. Es decir, el desarrollo físico (cada vez más tamaño y potencial atlético) y técnico (mayor capacidad de asumir cualquier papel) de los aleros proyecta un baloncesto formado casi íntegramente por ellos.

Esa idea, la de la total compatibilidad de todos los miembros de un equipo, es pura vanguardia y, si bien será complejo que se alcance en su totalidad, supone algo hacia lo que se adentra el deporte de la canasta. En esta pieza por alero se valorará, por tanto, también al escolta e incluso a determinados perfiles de ‘tres alto’ que hoy día tienen ciertas funciones interiores como ‘cuatro’.

Al final este puesto, concretamente su desarrollo y posibilidades, marca especialmente el desarrollo del juego.

 

El Point-Forward

El caso más fascinante de todos, el que más dispara la imaginación. Porque lo nacido como extraño y vanguardia puntual apunta a ser ya el camino más directo hacia la ausencia total de posición en baloncesto. Hacia la consideración de un quinteto como cinco iguales. Una idea sugerente y cada vez más concebible como real.

El ‘Point-Forward’ es, por concepto, un alero con funciones de creación. Una mente de base en el cuerpo de un alero. El peso en la dirección, por instinto, de este perfil le convierte en motor ofensivo pero al mismo tiempo el factor físico, sobre todo en cuanto a tamaño, le permite hacerlo desde una situación diferente.

Así, la influencia de Larry Bird como generador y fuente primaria de ventajas colectivas, cimentada a través de una inteligencia (IQ) y sensibilidad natural con el juego, ha ido encontrando continuación como factor diferencial en perfiles con ese mismo gen creativo pero apoyados en un despliegue físico salvaje. Por naturaleza evolucionado.

Un generador de mucho tamaño permite no sólo producir en el escenario clásico, de cara al aro y con visión total de todo lo que se interpone entre él mismo y la canasta. Sino que también genera un orden diferente, construyendo de espalda al aro y viendo la cancha justo de forma opuesta, planteando una situación en la que el objetivo (la canasta) se encuentra mucho más cerca físicamente pero paradójicamente con los compañeros –vehículo para llegar hasta ella- más lejanos.

De esa doble vía nace el desequilibrio. Y en particular uno especialmente relevante puesto que los desajustes por tamaño siguen resultando, al final, los más complejos de defender en baloncesto. Así, en perfiles que acaparan un elevado volumen de uso de juego ofensivo (toman muchas decisiones creativas), ese doble impacto se convierte en un arma tan impredecible como mortífera.

De la majestuosidad de Lamar Odom, el ejemplo de mayor altura en ocupar ese rol de forma exitosa y continuada en el baloncesto moderno, se generó todo un universo de ventajas para sus equipos. Pues un interior cuyo dominio del pase y bote rebasaba todo límite actuando como motor de cara al aro edificaba ventajas por inercia.

Pero de la sublimación del rol que viene desarrollando LeBron James parte la consideración de que su papel, como jugador icónico de una época, será seguido por el resto. Como paradigma de jugador capaz de dominar cualquier apartado del juego desde unas posibilidades infinitas en cuanto a emparejamientos. Porque James controla todos los registros con el añadido de que puede desarrollarlos ante cualquier marca. Y de esa ubicuidad y libertad para ocupar –literalmente- del uno al cinco en pista en casi cada momento se alimenta el baloncesto moderno.

El desequilibrio físico de James, tan explosivo como un ‘pequeño’ pero lo suficientemente robusto como para defender a ‘grandes’, es un elemento que le hace único. Genéticamente algo imprescindible. Pero ha sido el nexo de lo anterior con su perfeccionamiento técnico lo que ha acabado por construir, hasta prácticamente representar en su figura, el rol que acapara la vanguardia en el juego.

Así, la adaptación de perfiles como Kevin Durant, Carmelo Anthony o Paul George a justamente ese papel responde a un proceso natural. Al aprendizaje de una idea que funciona –innata la influencia del que marca tendencia- y que encuentra en esos mismos protagonistas otras vías para llevarla más allá. Y es que siendo los dos primeros ejecutores y el tercero perfil de impacto defensivo –más tarde se valorarán todos ellos-, han decidido llevar su juego a otra dimensión.

Porque si un perfil posee esos dos elementos, tamaño y sensibilidad suficiente como para convertirse en llave maestra del juego, su influencia no es ya que condicione el orden existente. Es que lo hace hasta el punto de que genera uno nuevo. Así, la hipotética coexistencia de esos cuatros perfiles (James, Durant, Anthony, George) en una pista –con la selección de Estados Unidos- sería el mejor ejemplo posible, llevado a la práctica, de que el futuro se escribe, en buen grado, bajo la etiqueta de este rol.

El ‘Point-Forward’ es en apariencia un alero pero en el fondo el padre del porvenir.

 

El game-changer

Del impacto del perfil anterior aflora el mayor potencial de desequilibrio visible en el juego, entendido como la mayor posible baraja de opciones para generar ventajas y cubrir carencias. Pero de su no aplicación a tiempo completo nace, a su vez, otro rol salvajemente diferencial que encuentra acomodo en fases concretas del juego.

El game-changer representa al perfil que constituye por sí mismo un factor de detonación. Un jugador cuya presencia altera los partidos estructuralmente, porque rompe todo orden existente y domina en el caos. Este papel de gran impacto es la versión oscura de la influencia del Point-Forward. Una no sostenida pero igualmente capital.

Gráficamente, el papel de Lance Stephenson y Jamal Crawford se ajusta como un guante a este tipo de acción. Porque lo relevante en ella no es tanto el grado de minutos en pista o la coexistencia con otros jugadores o sistemas, sino que llegado un punto de partido –comúnmente crítico- su aparición es anhelada e inmediata. Y su efecto demoledor.

No significa esto que Stephenson y Crawford –o en realidad todo perfil que adopte ese papel- representen el mismo tipo de jugador. En absoluto. Por tipología poseerán virtudes diferentes, ya sea en influencia ofensiva o defensiva y la forma de exponerla. Pero no es la forma sino el fondo lo vertebral. Compartir en esencia el modo de impactar en los partidos. Totalmente frontal, sin medias tintas. Es ése el sentido de su perfil.

Su presencia de ningún modo podría ser entendida como algo que se limite a permanecer en cancha apegado a un sistema o momento de partido. Porque su presencia, al final su razón de ser, significa justamente todo lo contrario: reventar ese escenario para crear uno nuevo.

La figura del perfil que altera por sí mismo un partido no es propia únicamente del alero, sino permite una adaptación total a cualquier posición. Así, se encuentran ejemplos igualmente con acción desde el ‘uno’, pues imaginar la acción de JJ Barea como constante y regular supondría negar justamente la condición que le hace especial: su tendencia a influir en el caos.

Asumir colectivamente la existencia de un factor que puede alterarlo todo de forma directa revela lo complejo de su acción. Porque en un baloncesto controlado, donde los roles se reparten y el equilibrio es primordial, permitir la irrupción de un elemento que aceptas lo cambiará todo, y lograr que lo haga de forma eficiente, supone un desafío gigantesco. De ahí que su éxito, en caso de alcanzarlo, derive en un potencial mayúsculo para cualquier bloque.

El ‘game-changer’ es un verso suelto. Pero aunque su radio de acción sea puramente individual, su influencia determina en buena medida respuestas colectivas. Al final, irónicamente, su detonación tiene como fin imponer el orden.

 

Híbridos y perfiles de rol definido

Más allá de influencias totales, de papeles que asumen un control del juego en su máxima expresión, ya sean o no a tiempo completo, el juego sigue teniendo perfiles que se amoldan a una función concreta. Y en buena medida lo sugerente de la evolución consiste justamente en ello, en la coexistencia de los roles que tienden a dominarlo todo con aquellos que mantienen un margen de acción más reducido, más allá del volumen en el que lo muestren.

En ese sentido, el cara a cara entre polivalencia y especialidad no es al final tal. Sobre todo porque ambas posturas tienen un crecimiento radical, lo que lleva a imaginar que en una línea recta con ambos conceptos enfrentados, cada uno se moviese en una dirección llevando la distancia entre ambos a agigantarse sin límites. Con una tendencia a infinito.

De ese modo, igual que resulta reconocible la parte del juego con toda licencia creativa, también lo es aquella que define su esfera más limitada. Pero, de nuevo, esa limitación no es tanto cualitativa como cuantitativa. Es decir, uno puede dominar un solo arte pero hacerlo tan extremadamente bien que su impacto resulte diferencial.

En toda esta gama de jugadores con un papel definido las posibilidades son muy elevadas. Y es que aún considerando que hablamos de un apartado del juego con un rol esencial, la gran mayoría de casos resultan en esencia híbridos. Es decir, podrían cambiar de función en un momento determinado si la situación lo demandase.

Quizás el caso más llamativo sea el representado en toda su carrera por Kobe Bryant. Y es que pese a identificar su perfil con el de ejecutor, llevándolo además hasta una cota de máxima relevancia histórica, Kobe no ha sido (ni es) exclusivamente ese tipo de jugador. Su hipertrofia técnica, una de las más impolutas vistas jamás, le convierte en un perfil potencialmente destructor en otras áreas vitales como la construcción o la defensa. Y justamente de ahí, de su camaleónica capacidad para ir cambiando papeles, ha nacido su impacto global como jugador.

Es decir, Bryant es un caso claro de perfil terminal, de anotador por instinto. Pero pese a haber alcanzado la gloria en ese arte, además con impacto atemporal, su verdadera influencia como jugador la determina haber sido capaz de ser mucho más que eso. Porque su acción como defensor o generador ha tenido igualmente fases de gigantesca autoridad.

Es al final lo híbrido en Bryant, como fue lo híbrido en Jordan, lo que lleva al jugador a pasar de ser uno de los mejores anotadores a uno de los mejores jugadores de la historia. Que en apariencia pareciendo lo mismo en esencia no tiene por qué serlo.

El carácter híbrido predomina, de algún modo u otro, en este tipo de perfiles de rol definido. Así, por ejemplo James Harden sigue el mismo ejemplo de Bryant sólo que en volumen diferente (y por supuesto sin acción defensiva). Porque un generador como Harden resulta altamente determinante como ejecutor. Y otro caso como Andre Iguodala representa un rol de especialista defensivo con capacidad para influir como generador. Esto es, al final de la coexistencia de diferentes registros nacen sus influencias como jugadores de élite.

No obstante, existen casos de roles claramente marcados que guardan menos capacidad de mutar de un perfil a otro según la necesidad. Imaginando a Kyle Korver (ejecutor de rango) o Tony Allen (stopper) uno difícilmente concibe su influencia más allá de esos papeles. Pero ese hecho, la especialidad llevada al límite, no reduce su valor.

La figura terminal (Rudy Gay, Klay Thompson) tiene cabida en el juego y, en cierto modo, resulta necesaria. Como simple perfil que finaliza las ventajas producidas por el resto sin llegar a ser decisivo en su generación. Al igual que, por supuesto, el concepto de stopper, entendido como especialista defensivo sin mayor pretensión (Bruce Bowen) aparece como básico a la hora de dotar a un equipo de recursos suficientes como para competir.

Lo que sí resulta llamativo en perfiles de rol definido es la ausencia general del generador innato. Pero guarda motivo. Y es que esa función de generar ventajas colectivas, que requiere una especialidad sensibilidad con el juego, se adentra ya en la zona de influencia tanto del Point-Forward en los casos de élite como del ‘game-changer’ para los maestros del caos. Un alero generador, con elevada inteligencia, acabará al final teniendo peso en alguno de esos papeles o en su defecto como híbrido capaz de alternar diferentes funciones. Siendo Chandler Parsons el ejemplo que más se acerca a ese escenario.

Sin embargo, el rol de especialista no mantiene sentido peyorativo. Sino que es, de hecho, una figura reputada en el baloncesto moderno. Porque la existencia de unos pocos capaces de tomar muchas decisiones en multitud de áreas diferentes genera, al mismo tiempo, la necesidad de contar con otros muchos capaces de no sólo ya acertar sino poseer influencia en las pocas que puedan tomar en su esfera. Al final todo suma y un colectivo lo forman muchos perfiles diferentes interactuando entre sí en pista.

 

Del stopper al 3D

Esta necesidad del especialista la refleja a la perfección el stopper, por definición un perfil encaminado a la destrucción y de total influencia defensiva. La presencia de un alero de ese rol es prácticamente imprescindible en el baloncesto moderno, plagado de jugadores que dominan multitud de facetas del arte ofensivo, tanto al generar como ejecutar, y con un creciente número de los jugadores que directamente pueden hacerlo todo a la vez.

El desarrollo de la figura del especialista defensivo nace con un fin unidimensional. Es decir, con sentido únicamente a un lado de la pista (el defensivo), asumiéndose prescindir de su aporte en el opuesto (el ofensivo). Sin embargo, pareciendo esta figura con fines puramente destructivos como algo realmente susceptible de ser inmóvil, de no afectar en absoluto su misión (al final reducir el impacto de un jugador rival), también ha encontrado camino para evolucionar.

El cómo hacerlo guarda semejanzas con el desarrollo del base en ese aspecto. Y es que el perfil de stopper ha ganado utilidad de forma salvaje teniendo una sola función en ataque. La espacial. Esto es, hacer útiles las dimensiones de la pista, especialmente el ancho (las esquinas) con el objetivo de que la defensa se vea obligada a guardar cierta atención a cualquier jugador rival.

Así, si se unen el despliegue atlético (sobre todo velocidad de pies y manos) y el recurso defensivo (inteligencia o capacidad de desquicie ajeno), características propias del stopper’, con esa función espacial nos adentramos en un perfil al que se denomina ‘3D’. Porque a su impacto defensivo se le ha de sumar ya también amenaza ofensiva, concretamente en el tiro de tres.

La misión esencial de un ‘stopper’ es defender (Michael Kidd-Gilchrist). Pero la evolución del juego ha demandado que ese especialista acabe siendo igualmente un híbrido capaz de aportar también en el otro lado de la pista, ya que si algo penaliza verdaderamente a un equipo es que el rival entienda que existe un jugador del que no se tiene que ocupar. De ese modo, por mínima que sea su amenaza el hecho de que la tenga ya exige atención.

El caso de Shane Battier -paradigmático durante su etapa en Miami- o el de Trevor Ariza representan esa figura que, siendo icono defensivo, ha sabido ajustar su influencia hasta crear amenaza ofensiva en el tiro de tres. Creando un complemento perfecto a tiempo y espacio completo. Y es justamente ahí, en el perfeccionamiento del complemento, donde reside su valor.

El ‘3D’ asume dos competencias vitales en el juego moderno. Por un lado el impacto defensivo, clave para equilibrar un juego con un ritmo creciente, y por el otro el uso del tiro de tres, factor esencial para dotar de espacio a un sistema ofensivo. La progresiva aceptación de que la media distancia ha dejado de ser una zona útil para un ataque ha desembocado en un drástico aumento del peso del triple. No sólo ya para anotar –lo principal- sino también para evitar agigantar la sensación de asfixia en una cancha cada vez más fácilmente controlable por defensas complejas.

Las esquinas cobran un sentido especialmente importante en esa función ofensiva, como situación más clara en la que se obliga al rival a abarcar toda la zona defensiva. Pero es en realidad el movimiento sin balón, y no sólo en el sentido de lanzamientos de perímetro sino también de lectura de los cortes a canasta (cuándo y cómo hacerlo), el elemento crucial. Ofrecer al final la certeza de que incluso el stopper, antes con acción en sólo un lado de la cancha, será capaz de castigar cualquier despiste.

Este último apartado, alejado del ‘3D’ pero con sentido ofensivo, lo representa perfectamente Jimmy Butler. Que sin ajustarse al molde más claramente evolutivo (3D) ha sabido utilizar su obsesiva ética de trabajo para construir un entendimiento muy eficiente de cómo moverse sin balón en ataque, sobre todo en el arte del corte para finalizar cerca del aro o asumir competencias en el rebote de ataque.

Lo esencial, en definitiva, es aprender a impedir que el tiempo lleve al desuso un rol en pista. Y si el stopper, entendido como tal, penaliza en exceso será por tanto necesario hacer evolucionar ese papel hasta transformar la carencia en una amenaza.

El alero, de posibilidades infinitas y paradigma de hacia dónde puede caminar el juego, mantiene por tanto rasgos clásicos con el sugerente aire nuevo que desprende el entendimiento de cómo maximizar física y técnica al paraguas de un colectivo en un deporte que no detiene su marcha.

Así, en el atractivo que plantea la combinación de polivalencia y especialidad, en diferente grado según equipo, jugador y necesidad, se encuentra la magia de comprobar cómo el baloncesto de los aleros, aquel que en mayor medida aglutina recursos de toda índole, acabará por hacer del propio juego su patio de recreo. Lugar para su experimentación.

En ello está.

 

Por Andrés Monje @A_Monje (06-11-2014)

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