Artículo publicado en kiaenzona.com, el 30 de octubre de 2014.

 Empezamos con la trilogía que Andrés Monje nos regaló en su día.

Ahora que los equipos se están configurando, y con una visión en la nueva idea del baloncesto, importada desde USA, recuerdo una lectura sobre ello alrededor del 2012, un artículo de Muthu Alagappan titulado ‘From 5 to 13. Redefining the Positions in Basketball’, que además podéis ver una ponencia sobre ello en Ted.com

Bueno, pues Andrés nos une conceptos, nos desglosa, nos ejemplariza, y realiza un estudio excepcional sobre el tema, Andres, gracias por permitirme publicarla en nuestro Blog, y sin más os dejo con la trilogía:

El trazo evolutivo del baloncesto sugiere un escenario virgen, por explorar y construir. Uno sobre el que reposan nuevas inquietudes y formas de acercarse al juego. Uno que descubre diferentes formas de identificar lo que sucede sobre el rectángulo.

Uno, al final, donde la posición pierde su influencia y pasa a gravitar, de forma natural, alrededor de lo realmente importante. La acción.

La posición en baloncesto nace como concepto que define un papel, separándolo de otro. Como un simple ejercicio de diferenciación entre dos roles, por instinto alejados.

Sin embargo el sentido de esa función, justamente distinguir, encuentra hoy un contexto que convierte en pregunta lo que se gestó como respuesta. Y demanda solución.

Es decir, la posición como factor diferencial pierde su peso desde el momento en el que todas ellas intercambian responsabilidades, interactúan de forma natural. Se genera un punto en el que todas pasan a ser una, al existir perfiles que son capaces de juntarlas como recurso. Porque el base no tiene por qué ser director, puede ser ejecutor; el alero no terminal sino generador o el pívot puede dejar de ser ancla, referencia, para cumplir un cometido espacial.

Cuando todo eso sucede, a través de combinaciones infinitas, tantas como quepan en la mente, la posición deja de importar. Lo que resulta relevante es la acción del jugador. El aperturismo hacia esa postura plantea un juego donde cinco perfiles son capaces, por actitud y aptitud, de asumir cualquier función sobre la pista.

La evolución natural de la posición supone la llegada hacia una etapa donde precisamente esa posición se difumina, con tendencia a desaparecer. Deja de tener sentido como punto vertebral del juego. Un jugador no es lo que su posición marque, sino lo que su equipo necesita que sea. Y en torno a eso se genera un nuevo orden.

El primer capítulo de este serial se adentra en la figura del base moderno. Buscando exponer el nuevo escenario y proyección para un perfil ya con la suficiente libertad como para no estar atado a roles puramente organizativos.

El peso del base (point-guard o ‘uno’), encaminado comúnmente a facetas creadoras, de orden y definir conceptos de ritmo, en definitiva un rol de liderazgo sobre la pista mediante el entendimiento del juego y la traslación de la idea del técnico, encuentra hoy unas necesidades que bien pueden ser diferentes. Y no por el hecho de serlo deben ser entendidas como crimen a su origen.

 

El perfil terminal

La figura que más recelo genera es la del base puramente ejecutor. Con una función terminal (anotar) y alejado de todo clasicismo en la faceta de creación de juego.

Ese recelo nace de la negación a asumir que el ‘uno’, el jugador teóricamente más pequeño sobre la pista, puede salirse del guión previsto para optar a uno nuevo. El apego a lo existente expone, en muchas ocasiones, la creencia de que todo lo nuevo será necesariamente peor. Cuando lo único que en realidad supone es que será, por concepto, diferente.

La evolución física del baloncesto ha derivado en un juego donde el antes considerado eslabón débil de la cadena, el jugador con físico terrenal, que bien pudiera pasar por ciudadano normal y no por deportista profesional, ya no es tal. La proporción en ese aspecto marca una tendencia a cero. De hecho, en un deporte en el que los jugadores han pasado a ser grandes atletas, en la inmensa mayoría de super élite, la figura del ‘pequeño’ en baloncesto ha pasado a ser foco de atención masivo.

Así, perfiles de un desequilibrio innato, sobre el que el Derrick Rose (2010) plantea la cima histórica, asumen en cancha funciones para maximizar ese potencial. Y no es negativo que así sea, desde el momento en el que un equipo lo integra la interactuación variable de cinco jugadores, no un concepto estático de dónde y cómo aportar.

El caso de Derrick Rose, con el pico de su plenitud pre-lesión, expone la figura de un jugador histéricamente atlético, con un dominio de lo físico fuera de lo común, que mantiene una relación de instinto con el desajuste rival. Es decir, los crea por inercia. Porque desde el momento en el que las posibilidades del tren inferior del jugador permiten no sólo tener cierta acción sino ya habitar por encima del aro, el juego necesariamente cambia.

Rose, como Russell Westbrook, son casos extremos de unas posibilidades físicas crecientes que generan un radio de influencia diferente. Su potencial atlético, que parte de un cambio de ritmo asombrosamente por encima de la media y concluye en una capacidad heroica de resistencia al contacto interior, encuentra en su progresión técnica (talento para ejecutar esas situaciones) el otro factor crucial. Porque unidos derivan, necesariamente, en un perfil que condiciona el juego por sí mismo.

Al mismo tiempo, la presencia del ejecutor nato en el puesto de ‘uno’ expone una necesidad creativa en otros jugadores, bien sea por cultura de sistema (San Antonio), por influencia global (LeBron James) o por condiciones del propio individuo (Marc Gasol). Sin embargo, esa necesidad no supone, a la hora de la verdad, más que cambiar el orden de los factores para buscar el mismo producto.

Aún no se ha generado un hábito lo suficientemente estable como para asumir, con naturalidad, que la acción de Westbrook pueda ser entendida como positiva para un colectivo. Para aceptar que un perfil como lo suyo, extravagante hoy pero que será común en el futuro, donde marca diferencias es en funciones que poco tienen que ver con la clásica del base. Con el orden, la pauta y la dirección.

Un hábito para entender, en definitiva, que su misión sobre la pista realmente no se engloba en un puesto sino que viene marcada por determinadas acciones que beneficien al equipo. Indistintamente de si se agarran más o menos al caos, al desorden o a la delgada línea del funámbulo.

No obstante, el perfil de ejecutor no está asociado únicamente a un significado físico, que conlleve finalizar cerca del aro. Existe igualmente el caso de jugador que se convierte en otro tipo de ejecutor: desde la larga distancia. El ejecutor de rango, que agiganta la pista en largo y ancho, también pertenece a esta corriente que concibe el base como un elemento con misión de cerrar ataques más que de producirlos.

Perfiles como Stephen Curry o Damian Lillard son igualmente ejecutores por instinto. Con un fin esencialmente de amenaza para anotar, por encima de sus funciones creativas. El caso particular de Curry, quizás el más extraordinario tirador (velocidad de mecánica, rango de acierto y posibilidades para generarse el propio lanzamiento) jamás visto, supone en cierto modo un híbrido para lo puramente ejecutor.

En otras palabras, Curry es lo más parecido a Steve Nash (cénit en la combinación pase-tiro) que ha existido, no obstante considerándole como un jugador de acción diferente.

El canadiense es otro tipo de base –que se tratará posteriormente- básicamente porque su rol capital era construir, no ejecutar. Por mucho que dominase ambas facetas. El caso de Curry, por el contrario, plantea un escenario de dominio masivo de los artes del pase y el tiro, pero enfocado de forma primaria a la ejecución. Las dos caras, al final, de la misma moneda.

El base, entendido como perfil terminal, es un fenómeno creciente que da vuelo a las posibilidades físicas y técnicas de un juego cambiante. Y su influencia no sugiere tanto preguntarse si el cambio es a mejor o a peor, una cuestión al final personal e intransferible, como saber resolver esa ecuación para hacer evolucionar el baloncesto. No tener al final miedo de lo diferente.

 

El stopper

Como contrapunto a ese perfil terminal, gestado para producir desequilibrio por sí mismo y alterar el orden natural del juego, existe otro con un rol justamente opuesto. Cada vez más limitado de acción, que no de influencia. La presencia del factor defensivo, del stopper natural, que guarda funciones de complemento espacial.

Este tipo de perfil tampoco mantiene una relación estrecha con la función de generador de juego, carece de peso creativo . Pero su acción, como role player, es igualmente válida y hasta vital. Porque a medida que la figura del base terminal camina hacia lo común, crece la necesidad de hallar su Némesis, con el fin de reducir su impacto.

El dominio físico tiene otro espacio de acción. Y es que pese a que sea el juego de cara al aro (atacar) el acaparador de flashes, resulta también esencial todo lo que ocurre de espalda al mismo (defender). Ese tipo de perfil tiene, aunque no al mismo nivel, una doble vía de impacto.

En el apartado defensivo se antoja capital, sobre todo en dos apartados. Por un lado la capacidad de reducir individualmente a los bases terminales, los perfiles de pura ejecución, y por el otro ser capaz de lograrlo sin necesidad de ayudas. Este factor está directamente ligado a lo anterior, ya que buena parte de la influencia en el juego de los bases terminales nace de que producen desajustes defensivos fácilmente.

La exuberancia física, cuando carece del don finalizador, encuentra acomodo en defensa. Precisamente como solución a un perfil en el que el propio defensor querría convertirse. La posibilidad de que Patrick Beverley, pitbull defensivo, anhelase el papel de Russell Westbrook resulta, aparte de irónica, totalmente comprensible. Por eso si no puede ser héroe se agiganta la tentación de ser villano.

Igualmente, el papel destructor, que pese a sonar peor no es por ello menos importante, tiene también su importancia en la parcela ofensiva. Este tipo de stopper suele cumplir un cometido claro, reducido pero valioso: la función espacial.

En una época donde el desarrollo físico lleva al jugador a tener una influencia cada vez más potente sobre la pista (mayor tamaño y velocidad de desplazamiento, mayor capacidad de cubrir y amenazar situaciones defensivas), el espacio se convierte en un factor esencial a la hora de construir un sistema ofensivo eficiente. Al menos mientras las proporciones de la pista se mantengan.

Es común, por eso, ver a este tipo de jugadores, de perfil defensivo, desarrollar un único potencial ofensivo, con una evidente misión. El dominio del tiro de tres y la inteligencia a la hora de encontrar el espacio libre, generalmente en una esquina de la pista, aumentan el ancho de la misma y obligan a la defensa a un esfuerzo mayor, atender más metros.

La existencia del two-way player, jugador con peso en ambos lados de la cancha, genera un valor añadido para un equipo. Y el tiro de tres, siempre entendido como lanzamiento tras recepción, pasa a ser un elemento vertebral de su acción. Este tipo de perfil no guarda necesidad de generar su propio tiro, por lo que su influencia ofensiva se encuentra alejada del balón. Pero sin embargo es real.

El juego sin balón es un factor diferencial desde el momento en el que se asume que buena parte del éxito de un colectivo se construye precisamente desde ahí, de la interpretación de los jugadores que no manejan el balón. No sólo por proporción (uno lo tiene, cuatro no), sino porque la ejecución ofensiva tiene como necesario paso previo la baraja de posibilidades que se crean sin balón.

El éxito del ‘Triángulo Ofensivo’ de Tex Winter radica justamente en la acción del jugador sin balón y mantiene como elemento común la capacidad del ‘uno’ para orbitar en torno a un jugador que absorbe atención. Funciones como la de Ron Harper en los Bulls de Jordan o Derek Fisher en los Lakers de Bryant, ambos con Phil Jackson al mando, escenifican –cada uno con sus particularidades- el peso de un rol poco brillante pero determinante.

 

El generador primario

No obstante, la existencia de estos perfiles sin peso creativo no significa que el baloncesto circule por un camino en el que todo base estará poco responsabilizado con ello.

Este planteamiento evolutivo defiende que la función de un jugador viene marcada no por su posición sino por la combinación de sus capacidades individuales con las necesidades colectivas. Por eso seguirá habiendo circunstancias que demanden al ‘uno’ alta cuota de peso en la construcción de juego.

Este rol se asemeja más a la clásica exigencia del base. Funciones de dirección, generación de posibilidades ofensivas, imposición de ritmos y liderazgo. El tradicional ejemplo del base denominado ‘puro’ ha existido siempre y siempre existirá, pero por el simple hecho de que la dirección es una función más dentro del juego. Y el base un elemento más para desarrollarla.

No significa que un base puro, clásico, sea más útil que uno de otro perfil. De nuevo, todo depende de las necesidades colectivas y, al final, del propio nivel de cada jugador en su función.

La figura del ‘uno’ conductor tiene sin embargo diferentes matices, ajustados a las exigencias de un juego que camina hacia cierta radicalización ofensiva, después de que la media distancia pase a estar considerada de forma casi unánime como una zona sin influencia para la ejecución. Es decir, desde la que se evita lanzar, con el propósito de maximizar la productividad haciéndolo desde cerca del aro (mayor porcentaje de acierto) o directamente de tres puntos (valor extra).

El generador maneja dos situaciones de forma muy frecuente. Una, el dominio del juego con bloqueo. Ya sea pick’n’roll (bloqueo y continuación) o pick’n’pop (el que bloquea se abre para tirar), tanto para producir de forma directa como para iniciar un sistema. El juego con bloqueos es un elemento capital del juego y el generador, especialmente si es pequeño y no puede ocupar zonas de poste alto para construir, debe ser capaz de dominarlo. No sólo a la hora de identificar espacios y pasar el balón, sino a la hora de tomar buenas decisiones en esas situaciones.

Y por otro lado, la amenaza de anotación. Un generador sin amenaza no encuentra comparación ante uno que sí demande atención a dos factores (pase y tiro). El salto cualitativo del base director se edifica, muchas veces, a través de su capacidad de llevar esa función a la siguiente dimensión.

Así, la proyección de Steve Nash a nivel histórico no sólo nace de su dominio de un ritmo frenético (siempre mayor dificultad de decidir y ejecutar correctamente cuando se dispone de menos tiempo) o el instinto natural para leer situaciones del juego, sino de su consolidación como uno de los tiradores más letales de la historia. Desde cualquier rango, después de bote o tras recepción.

Asimismo, el nivel de influencia de Chris Paul o el impacto del Deron Williams pre-lesiones exponen un escenario opuesto al del impacto de perfiles como Rajon Rondo o Ricky Rubio. Que siendo especialmente brillantes, en su caso hasta la genialidad, en su faceta creadora, no han sido (hasta ahora) capaces de llevar ese talento al siguiente nivel de influencia.

La amenaza de tiro resulta al final elemental básicamente por un motivo. Y no es tanto sumar puntos como sembrar el miedo al rival de que eso puede suceder. Obligar a una atención más específica, sin conceder espacio, permite maximizar el efecto de un posible error defensivo. A medida que se dominan más registros clave en pase, bote y tiro (el ‘ABC’ del baloncesto), la amenaza –y por tanto la influencia- se incrementa.

 

Híbridos

Lo verdaderamente sugerente de la situación con respecto al base es, de todas formas, la capacidad de mutación que pueden desarrollar a lo largo de su carrera. Un ejemplo sencillo de este escenario lo representan Jason Kidd y –especialmente- José Manuel Calderón.

El punto inicial y final de la carrera de Kidd difieren en el sentido de que un creador clásico, de peso mayúsculo en el juego y con el añadido de ser uno que marca una época, acaba su carrera alejado de ese contexto, involucrado en un sistema y como ejecutor secundario. Con clara función espacial (defender y tirar de tres).

Y más radical aún es el caso del español. Que parte, en su juventud, de una situación de dominio físico, con una capacidad de tren inferior extraordinaria sobre la que ejecutar (Baskonia), hasta convertirse progresivamente en paradigma de base creador (Toronto), que reduce a la mínima expresión el balance acierto-error, para acabar (Dallas, Nueva York) con un papel de ejecutor –espacial- gracias a su obsesivo trabajo con el lanzamiento exterior

Calderón condensa, en su propia carrera, la traslación de un perfil a otro, la capacidad de adaptación, en varias fases, tanto de jugar mucho con balón a pasar a tener influencia sin él, como a la hora de tener un elevado peso creativo y acabar teniendo misiones más de ejecución. Todo ello

Al final del híbrido, del base capaz de modular su capacidad de aportar de acuerdo a las necesidades colectivas, nace lo verdaderamente alejado de la posición clásica. Por eso en un juego que camina hacia un futuro en el que los cinco perfiles en cancha serán prácticamente intercambiables en base a su poder físico y técnico, pensar en la posición de base, como fenómeno inmóvil, resulta demasiado simple. Lo sugerente es tratar de revelar qué significa en cada contexto.

Porque lo esencial nunca será adoptar a una posición un papel concreto y estático, sino descubrir, entender y aplicar qué rol magnifica en cada caso el comportamiento de un equipo.

Por Andrés Monje @A_Monje (30-10-2014)

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